Hace tiempo en clase el profesor nos puso un vídeo de unos ratoncitos y unas personitas que se encontraban dentro de un laberinto y todos los días se levantaban y salían a correr temprano en busca de una estación repleta de queso, aunque no encontraran nada al siguiente día volvían a salir a buscar su queso y así hasta que por fin un día encontraron una estación de queso llena, los ratoncitos tomaron medidas por si acaso se acababa el queso y tenían que volver a salir a buscar otra estación mientras que las personitas se ponían cómodas y no pensaban en que algún día el queso se tendría que acabar, ese día llegó, los ratoncitos que ya se lo esperaban rápidamente lo asumieron y salieron a buscar más queso, en cambio las personitas cuando llegaron a la estación de su querido queso y la vieron completamente vacía no supieron que había pasado y pasaron días y días esperando que el queso apareciera por arte de magia, mientras tanto los ratoncitos ya habían encontrado otra estación y estaban felices con su nuevo queso, pero alerta por si se volvía a acabar, una de las personitas asumió que el queso no iba a volver y decidió emprender la marcha en busca de otra nueva estación, en cambio la otra personita, más cabezona no quería admitir que su queso ya no volvería y que debería ir a buscar otro. Al final, la personita que salió a buscar nuevo queso lo encontró, y como los ratones vivió feliz, mientras que la personita que se quedó sollozando por el queso viejo perdido vivió toda su vida sin queso. A veces es necesario cambiar, asumir que nada es para siempre y tener otras opciones por si algo se acaba. Os dejo la historia completa por si queréis leerla, también os dejo el vídeo por si preferís verlo en lugar que leer la historia.
¿Quién se ha llevado mi queso?
Erase una vez, hace mucho tiempo, en un país muy lejano, vivían cuatro pequeños
personajes que recorrían un laberinto buscando el queso que los alimentara y los hiciera
sentirse felices.
Dos de ellos eran ratones y se llamaban “Fisgón” y “Escurridizo”, y los otros dos eran
liliputienses, seres tan pequeños como los ratones, pero cuyo aspecto y forma de actuar se
parecía mucho a las gentes de hoy día. Se llamaban “Hem” y “Haw”.
Debido a su pequeño tamaño, sería fácil no darse cuenta de lo que estaban haciendo
los cuatro. Pero si se miraba con la suficiente atención, se descubrían las cosas más
extraordinarias.
Cada día, los ratones y los liliputienses dedicaban el tiempo en el laberinto a buscar
su propio queso especial.
Los ratones, Fisgón y Escurridizo, que sólo poseían simples cerebros de roedores,
pero muy buen instinto, buscaban un queso seco y duro de roer, como suelen hacer los
ratones.
Los dos liliputienses, Hem y Haw, utilizaban su cerebro, repleto de convicciones y
emociones, para buscar una clase muy diferente de Queso, con mayúscula, que estaban
convencidos los haría sentirse felices y alcanzar el éxito.
Por muy diferentes que fuesen los ratones y los liliputienses, tenían algo en común:
cada mañana, se colocaban sus atuendos y sus zapatillas de correr, abandonaban sus
diminutas casas y se ponían a correr por el laberinto en busca de su queso favorito.
El laberinto estaba compuesto por pasillos y cámaras, algunas de las cuales
contenían un queso delicioso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida
que no conducían a ninguna parte. Era un lugar donde cualquiera podía perderse con suma
facilidad.
No obstante, el laberinto contenía secretos que permitían disfrutar de una vida mejor
a los que supieran encontrar su camino.
Los ratones, Fisgón y Escurridizo, utilizaban el sencillo método de tanteo para
encontrar el queso. Recorrían un pasadizo y, si lo encontraban vacío, se daban media vuelta
y recorrían otro. Recordaban los pasadizos donde no había queso y, de ese modo, pronto
empezaron a explorar nuevas zonas.
Fisgón utilizaba su magnífica nariz para husmear la dirección general de donde
procedía el olor del queso, mientras que Escurridizo se lanzaba hacia delante. Se perdieron
más de una vez, como no podía ser de otro modo; seguían direcciones equivocadas y a
menudo tropezaban con las paredes. Pero al cabo de un tiempo encontraban el camino.
Al igual que los ratones, Hem y Haw, los dos liliputienses, también utilizaban su
capacidad para pensar y aprender de experiencias del pasado. No obstante, se fiaban de su
complejo cerebro para desarrollar métodos más sofisticados de encontrar el Queso.
A veces les salía bien, pero en otras ocasiones se dejaban dominar por sus
poderosas convicciones y emociones humanas, que nublaban su forma de ver las cosas.
Eso hacía que la vida en el laberinto fuese mucho más complicada y desafiante. A pesar de todo, Fisgón, Escurridizo, Hem y Haw terminaron por encontrar el camino
hacia lo que andaban buscando. Cada uno encontró un día su propia clase de queso al final
de uno de los pasadizos, en el depósito de Queso Q.
Después de eso, los ratones y los liliputienses se ponían cada mañana sus atuendos
para correr y se dirigían al depósito de Queso Q. Así, no tardaron mucho en establecer cada
uno su propia rutina.
Fisgón y Escurridizo continuaron levantándose pronto cada día para recorrer el
laberinto, siguiendo siempre la misma ruta.
Una vez llegados a su destino, los ratones se quitaban las zapatillas de correr, las
ataban juntas y se las colgaban del cuello, para poder utilizarlas de nuevo con rapidez en
cuando las necesitaran. Por último, se dedicaban a disfrutar del queso.
Al principio, Hem y Haw también se apresuraban cada mañana hacia el depósito de
Queso Q, para disfrutar de los jugosos nuevos bocados que los esperaban.
Pero, al cabo de un tiempo, los liliputienses establecieron una rutina diferente.
Hem y Haw se levantaban cada día un poco más tarde, se vestían con algo más de lentitud
y, en lugar de correr, caminaban hacia el depósito de Queso Q. Después de todo, ahora ya
sabían dónde estaba el Queso y cómo llegar hasta él.
No tenían la menor idea de dónde provenía el Queso ni de quién lo ponía allí.
Simplemente, suponían que estaría donde esperaban que estuviese.
Cada mañana, en cuando llegaban al depósito de Queso Q, se instalaban
cómodamente, como si estuvieran en su casa. Colgaban los atuendos de correr, se quitaban
las zapatillas y se ponían las pantuflas. Ahora que habían encontrado el Queso empezaban
a sentirse muy cómodos.
-Esto es fantástico –dijo Hem-. Aquí hay Queso suficiente para toda la vida.
Los liliputienses se sentían felices; tenían la sensación de haber alcanzado el éxito y
creían estar seguros.
-Hem y Haw no tardaron en considerar que el Queso encontrado en el depósito de
Queso Q era de su propiedad. Allí había tantas reservas de Queso que finalmente
trasladaron sus hogares para estar más cerca y crear su vida social alrededor de ese lugar.
Para sentirse todavía más cómodos, Hem y Haw decoraron las paredes con frases y
hasta dibujaron imágenes del Queso a su alrededor, lo que los hacía sonreír. Una de
aquellas frases decía:
Tener Queso
te hace feliz.
A veces, Hem y Haw invitaban a sus amigos para que contemplaran su montón de
Queso en el depósito de Queso Q, lo mostraban con orgullo y decían: “Bonito Queso,
¿verdad?”. Algunas veces lo compartían con sus amigos. Otras veces no.
-Nos merecemos este Queso –dijo Hem, al tiempo que tomaba un trozo fresco y se lo
comía-. Sin duda tuvimos que trabajar duro y durante mucho tiempo para encontrarlo.
Después de comer, Hem se quedó dormido, como solía sucederle.
Cada noche, los liliputienses regresaban lentamente a casa, repletos de Queso, y
cada mañana volvían a buscar más, sintiéndose muy seguros de sí mismos.
Así se mantuvo la situación durante algún tiempo. Poco a poco, la seguridad que Hem y Haw tenían en sí mismos se fue convirtiendo
en la arrogancia propia del éxito. Pronto se sintieron tan sumamente a gusto, que ni siquiera
se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo.
Por su parte, fisgón y Escurridizo continuaron con su rutina a medida que pasaba el
tiempo. Cada mañana llegaban temprano, husmeaban, marcaban la zona e iban de un lado
a otro del depósito de Queso Q, comprobando si se había producido algún cambio con
respecto a la situación del día anterior. Luego, se sentaban tranquilamente a roer el queso.
Una mañana llegaron al depósito de Queso Q y descubrieron que no había queso.
No se sorprendieron. Desde que Fisgón y Escurridizo empezaron a notar que la
provisión de queso disminuía cada día que pasaba, se habían preparado para lo inevitable y
supieron instintivamente qué tenían que hacer.
Se miraron el uno al otro, tomaron las zapatillas de correr que llevaban atadas y
convenientemente colgadas del cuello, se las pusieron en las patas y se anudaron los
cordones.
Los ratones no se entretuvieron en analizar demasiado las cosas.
Para ellos, tanto el problema como la respuesta eran bien simples. La situación en el
depósito de Queso Q había cambiado. Así pues, Fisgón y Escurridizo decidieron cambiar.
Ambos se quedaron mirando hacia el inescrutable laberinto. Luego, Fisgón levantó
ligeramente la nariz, husmeó y le hizo señas a Escurridizo, que echó a correr por el laberinto
siguiendo la indicación de Fisgón, seguido por éste con toda la rapidez que pudo.
Muy pronto ya estaban en busca de Queso Nuevo.
• • •
Algo más tarde, ese mismo día, Hem y Haw llegaron al depósito de Queso Q. No habían
prestado la menor atención a los pequeños cambios que se habían ido produciendo cada
día, así que daban por sentado que allí encontrarían su Queso, como siempre.
No estaban preparados para lo que descubrieron.
-¡Qué! ¿No hay Queso? –gritó Hem, y siguió gritando-: ¿No hay Queso? ¿No hay
nada de Queso?, -como si el hecho de gritar cada vez más fuerte bastara para que
reapareciese.
“¿Quién se ha llevado mi Queso? –aulló.
Finalmente, puso los brazos en jarras, con la cara enrojecida, y gritó con toda la
fuerza de su voz:
-¡No hay derecho!
Haw, por su parte, se limitó a sacudir la cabeza con incredulidad. Él también estaba
seguro de encontrar Queso en el depósito de Queso Q. Se quedó allí de pie durante largo
rato, como petrificado por la conmoción. No estaba preparado para esto.
Hem gritaba algo, pero Haw no quería escucharlo. No quería tener que enfrentarse
con esta nueva situación, así que hizo oídos sordos.
El comportamiento de los liliputienses no era precisamente halagüeño ni productivo,
aunque sí comprensible.
Encontrar el Queso no les había resultado fácil, y para los liliputienses significaba
mucho más que, simplemente, tener cada día qué comer.
Para ellos, encontrar el Queso era su forma de conseguir lo que creían necesitar
para ser felices. Tenían sus propias ideas acerca de lo que el Queso significaba para ellos,
dependiendo de su sabor. Para algunos, encontrar Queso equivalía a tener cosas materiales. Para otros,
significaba disfrutar de buena salud o desarrollar un sentido espiritual del bienestar.
Para Haw, por ejemplo, el Queso significaba sentirse seguro, tener algún día una
familia cariñosa y vivir en una bonita casa de campo en la Vereda Cheddar.
Para Hem, el Queso significaba convertirse en un Gran Quesero que mandara a
muchos otros y en ser propietario de una gran casa en lo alto de Colina Camembert.
Puesto que el Queso era tan importante para ellos, los dos liliputienses emplearon
bastante tiempo en decidir qué hacer. Lo único que se les ocurrió fue seguir mirando por los
alrededores del depósito Sin Queso, para comprobar si el Queso había desaparecido
realmente.
Mientras que Fisgón y Escurridizo se habían puesto en movimiento con rapidez, Hem
y Haw seguían con sus indecisiones y exclamaciones.
Despotricaban y desvariaban ante la injusticia de la situación. Haw empezó a
sentirse deprimido. ¿Qué ocurriría si el Queso seguía sin estar allí a la mañana siguiente?
Precisamente había hecho planes para el futuro, basándose en la presencia de ese Queso.
Los liliputienses no podían creer lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo podía haber
sucedido una cosa así? Nadie les había advertido de nada. No era justo. Se suponía que las
cosas no debían ser así.
Hem y Haw regresaron aquella noche a sus casas hambrientos y desanimados. Pero
antes de marcharse, Haw escribió en la pared:
Cuando más
importante es el
Queso para ti, tanto
más deseas
conservarlo.
Al día siguiente, Hem y Haw abandonaron sus hogares y regresaron de nuevo al
depósito Sin Queso, confiando, de algún modo, en volver a encontrar Queso.
Pero la situación no había variado; el Queso ya no estaba allí. Los liliputienses no
sabían qué hacer. Hem y Haw se quedaron allí, inmovilizados como dos estatuas.
Haw cerró los ojos con toda la fuerza que pudo y se cubrió las orejas con las manos.
Lo único que deseaba era bloquear todo tipo de percepciones. No quería saber que la
provisión de Queso había ido disminuyendo gradualmente. Estaba convencido de que había
desaparecido de repente.
Hem analizó una y otra vez la situación y, finalmente, su complicado cerebro, con su
enorme sistema de creencias, se afianzó en su lógica.
-¿Por qué me han hecho esto? –preguntó-. ¿Qué está pasando aquí?
Haw abrió los ojos, miró a su alrededor y dijo:
-Y, a propósito, ¿dónde están Fisgón y Escurridizo? ¿Crees que ellos saben algo que
nosotros no sepamos?
-¿Qué demonios podrían saber ellos? –replicó Hem con sorna-. No son más que
simples ratones. Escasamente responden a lo que sucede. Nosotros, en cambio, somos
liliputienses. Somos más inteligentes que los ratones. Deberíamos poder encontrar una
solución a esto. -Sé que somos más inteligentes –asintió Haw-, pero por el momento no parece que
estemos actuando como tales. Las cosas están cambiando aquí, Hem. Quizá también
tengamos que cambiar nosotros y actuar de modo diferente.
¿Y por qué íbamos a tener que cambiar? –replicó Hem-. Somos liliputienses. Somos
seres especiales. Este tipo de cosas no debería habernos ocurrido a nosotros y, si nos ha
sucedido, tendríamos que sacarles al menos algún beneficio.
-¿Y por qué crees que deberíamos obtener un beneficio? –preguntó Haw.
-Porque tenemos derecho a ello –afirmó Hem.
-¿Derecho a qué? –quiso saber Haw.
-Pues derecho a nuestro Queso.
-¿Por qué? –insistió Haw.
-Pues porque no fuimos nosotros los causantes de este problema –contestó Hem-.
Alguien lo ha provocado, y nosotros deberíamos aprovecharnos de la situación.
-Quizá lo que debamos hacer –sugirió Haw- sea dejar de analizar tanto las cosas y
ponernos a buscar algo de Queso Nuevo.
-Ah, no –exclamó Hem-. Estoy decidido a llegar hasta el fondo de este asunto.
Mientras Hem y Haw seguían tratando de decidir qué hacer, Fisgón y Escurridizo ya hacía
tiempo que se habían puesto patas a la obra. Llegaron más lejos que nunca en los
recovecos del laberinto, recorrieron nuevos pasadizos y buscaron el queso en todos los
depósitos de Queso que encontraron.
No pensaban en ninguna otra cosa que no fuese encontrar Queso nuevo.
No encontraron nada durante algún tiempo, hasta que finalmente llegaron a una zona
del laberinto en la que nunca habían estado con anterioridad: el depósito de Queso N.
Lanzaron gritos de alegría. Habían encontrado lo que estaban buscando: una gran
reserva de Queso Nuevo.
Apenas podían creer lo que veían sus ojos. Era la mayor provisión de queso que
jamás hubieran visto los ratones.
Mientras tanto, Hem y Haw seguían en el depósito de Queso Q, evaluando su situación.
Empezaban a sufrir ahora los efectos de no tener Queso. Se sentían frustrados y coléricos,
y se acusaban el uno al otro por la situación en que se hallaban.
De vez en cuando, Haw pensaba en sus amigos los ratones, en Fisgón y Escurridizo,
y se preguntaba si acaso habrían encontrado ya algo de queso. Estaba convencido de que
debían de estar pasándolo muy mal, puesto que recorrer el laberinto de un lado a otro
siempre suponía un tanto de incertidumbre. Pero también sabía que, muy probablemente,
esa incertidumbre no les duraría mucho.
A veces, Haw imaginaba que Fisgón y Escurridizo habían encontrado Queso Nuevo,
del que ya disfrutaban. Pensó en lo bueno que sería para él emprender una aventura por el
laberinto y encontrar Queso Nuevo. Casi lo saboreaba ya.
Cuando mayor era la claridad con la que veía su propia imagen descubriendo y
disfrutando del Queso Nuevo, tanto más se imaginaba a sí mismo en el acto de abandonar
el depósito de Queso Q.
¡Vámonos! –exclamó entonces, de repente.
-No –se apresuró a responder Hem–. Me gusta estar aquí. Es un sitio cómodo. Esto
es lo que conozco. Además, salir por ahí fuera es peligroso.
-No, no lo es –le replicó Haw-. En otras ocasiones anteriores ya hemos recorrido
muchas partes del laberinto y podemos hacerlo de nuevo. -Empiezo a sentirme demasiado viejo para eso –dijo Hem-. Y creo que no me
interesa la perspectiva de perderme y hacer el ridículo. ¿Acaso a ti te interesa eso?
Y, con ello, Haw volvió a experimentar el temor al fracaso y se desvaneció su
esperanza de encontrar Queso Nuevo.
Así que los liliputienses siguieron haciendo cada día lo mismo que habían hecho
hasta entonces. Acudían al depósito de Queso Q, no encontraban Queso alguno y
regresaban a casa, cargados únicamente con sus preocupaciones y frustraciones.
Intentaron negar lo que estaba ocurriendo, pero cada noche les resultaba más difícil
dormir, y al día siguiente les quedaba menos energía y se sentían más irritables.
Sus hogares ya no eran los lugares acogedores y reconfortantes que habían sido en
otros tiempos. Los liliputienses tenían dificultades para dormir y sufrían pesadillas por no
encontrar ningún Queso.
Pero Hem y Haw seguían regresando cada día al depósito de Queso Q, donde se
limitaban a esperar.
¿Sabes? –dijo un día Hem-, si nos esforzásemos un poco más quizá descubriríamos
que las cosas no han cambiado tanto. Probablemente, el Queso está cerca. Es posible que
lo escondieran detrás de la pared.
Al día siguiente, Hem y Haw regresaron provistos de herramientas. Hem sostenía el
cincel que Haw golpeaba con el martillo, hasta que, tras no poco esfuerzo, lograron abrir un
agujero en la pared del depósito de Queso Q. Se asomaron al otro lado, pero no
encontraron Queso alguno.
Se sintieron decepcionados, pero convencidos de poder solucionar el problema. Así
que, a partir de entonces, empezaron a trabajar más pronto y más duro y se quedaron hasta
más tarde. Pero, al cabo de un tiempo, lo único que habían conseguido era hacer un gran
agujero en la pared.
Haw empezaba a comprender la diferencia entre actividad y productividad.
-Quizá debamos limitarnos a permanecer sentados aquí y ver qué sucede –sugirió
Hem-. Tarde o temprano tendrán que devolver el Queso a su sitio.
Haw deseaba creerlo así, de modo que cada día regresaba a casa para descansar y
luego volvía de mala gana al depósito de Queso Q, en compañía de Hem. Pero el Queso no
reapareció nunca.
A estas alturas, los liliputienses ya comenzaban a sentirse débiles a causa del
hambre y el estrés. Haw estaba cansado de esperar, pues su situación no mejoraba lo más
mínimo. Empezó a comprender que, cuanto más tiempo permanecieran sin Queso, tanto
más difícil sería la situación para ellos.
Haw sabía muy bien que estaban perdiendo su ventaja.
Finalmente, un buen día, Haw se echó a reír de sí mismo.
-Fíjate. Seguimos haciendo lo mismo de siempre, una y otra vez, y encima nos
preguntamos por qué no mejoran las cosas. Si esto no fuera tan ridículo, hasta resultaría
divertido.
A Haw no le gustaba la idea de tener que lanzarse de nuevo a explorar el laberinto,
porque sabía que se perdería y no tenía ni la menor idea de dónde podría encontrar Queso.
Pero no pudo evitar reírse de su estupidez, al comprender lo que le estaba haciendo su
temor.
-¿Dónde dejamos las zapatillas de correr? –le preguntó a Hem.
Tardaron bastante en encontrarlas, porque cuando habían encontrado Queso en el
depósito de Queso Q, las habían arrinconado en cualquier parte creyendo que ya no
volverían a necesitarlas.
Cuando Hem vio a su amigo calzándose las zapatillas, le preguntó:
-No pensarás en serio en volver a internarte en ese laberinto, ¿verdad? ¿Por qué no
te limitas a esperar aquí conmigo hasta que nos devuelvan el Queso? -Veo que no entiendes nada –contestó Haw-. Yo tampoco quise verlo así, pero ahora
me doy cuenta de que nadie nos va a devolver el Queso de ayer. Ya es hora de encontrar
Queso Nuevo.
-Pero ¿y si resulta que ahí fuera no hay ningún Queso? –replicó Hem-. Y aunque lo
hubiera, ¿y si no lo encuentras?
-Pues no sé –contestó Haw.
Él también se había hecho esas mismas preguntas muchas veces y experimentó de
nuevo los temores que le mantenían donde estaba.
“¿Dónde tengo más probabilidades de encontrar Queso, aquí o en el laberinto?”, se
preguntó a sí mismo.
Se hizo una imagen mental. Se vio a sí mismo aventurándose por el laberinto, con
una sonrisa en la cara.
Aunque esta imagen le sorprendió, lo cierto es que le hizo sentirse bien. Se imaginó
perdiéndose de vez en cuando en el laberinto, pero experimentaba la suficiente seguridad
en sí mismo de que encontraría finalmente Queso Nuevo y todas las cosas buenas que lo
acompañaban. Así que, finalmente, hizo acopio de todo su valor.
Luego, utilizó su imaginación para hacerse la imagen más verosímil que pudiera
concebir, acompañada por los detalles más realistas, de sí mismo al encontrar y disfrutar
con el sabor del Queso Nuevo.
Se imaginó comiendo sabroso queso suizo con agujeros, queso cheddar de brillante
color anaranjado, quesos estadounidenses, mozzarella italiana, y el maravillosamente
pastoso camembert francés, y...
Entonces oyó a Hem decir algo y tomó conciencia de hallarse todavía en el depósito
de Queso Q.
-A veces, las cosas cambian y ya nunca más vuelven a ser como antes –dijo Haw-. Y
esta parece ser una de esas ocasiones. ¡Así es la vida! Sigue adelante, y nosotros
deberíamos hacer lo mismo.
Haw miró a su demacrado compañero y trató de infundirle sentido común, pero el
temor de Hem se transformó en cólera y no quiso escucharle.
Haw no tenía la intención de ser grosero con su amigo, pero no pudo evitar echarse
a reír ante la estupidez de ambos.
Mientras se preparaba para marcharse, empezó a sentirse más animado, sabiendo
que finalmente había logrado reírse de sí mismo, dejar atrás el pasado y seguir adelante.
Haw se echó a reír con fuerza y exclamó:
-¡Es hora de explorar el laberinto!
Hem no se rió ni dijo nada.
Antes de partir, Haw tomó una piedra pequeña y afilada y escribió un pensamiento
muy serio en la pared, para darle a Hem algo en lo que pensar. Tal como era su costumbre,
trazó incluso un dibujo de queso alrededor, confiando en que eso le ayudara a Hem a
sonreír, a tomarse la situación más a la ligera y seguirle en la búsqueda del Queso Nuevo.
Pero Hem no quiso mirar lo escrito, que decía:
Si no cambias,
te puedes extinguir. Luego, Haw asomó la cabeza por el agujero que habían abierto y miró ansioso hacia
el laberinto. Pensó en cómo habían llegado a esta situación sin Queso.
Durante un tiempo había creído que bien podría no haber nada de Queso en el
laberinto, o que quizá no lo encontrara. Esas temerosas convicciones no hicieron sino
inmovilizarlo y anularlo.
Sonrió. Sabía que, interiormente, Hem seguía preguntándose: “¿Quién se ha llevado
mi queso?”, pero Haw, en cambio, se preguntaba: “¿Por qué no me levanté antes y me moví
con el Queso?”.
Al empezar a internarse en el laberinto, miró hacia atrás, en dirección al lugar de
donde había venido y donde tantas satisfacciones había encontrado. Casi notaba como si
una parte de sí mismo se sintiera atraída hacia atrás, al territorio que le resultaba familiar, a
pesar de que ya hacía tiempo que no encontraba allí nada de Queso.
Haw se sintió más ansioso y se preguntó si realmente deseaba internarse en el
laberinto. Escribió una frase en la pared, por delante de él, y se quedó mirándola fijamente
durante un tiempo:
¿Qué harías
si no tuvieras miedo?
Pensó en ello.
Sabía que, a veces, un poco de temor puede ser bueno. Cuando se teme que las
cosas empeoren si no se hace algo, puede sentirse uno impulsado a la acción. Pero no es
bueno sentir tanto miedo que le impida a uno hacer nada.
Miró a la derecha, hacia la parte del laberinto donde nunca había estado, y sintió
temor.
Luego, inspiró profundamente, giró hacia la derecha y empezó a internarse en el
laberinto, caminando lentamente en dirección a lo desconocido.
Mientras trataba de encontrar su camino, Haw pensó que quizá había esperado
demasiado tiempo en el depósito de Queso Q. Hacía ya tantos días que no comía Queso
que ahora se sentía débil. Como consecuencia de ello, le resultó más laborioso y
complicado de lo habitual el abrirse paso por el laberinto. Decidió que, si volvía a tener la
oportunidad, abandonaría antes su zona de comodidad y se adaptaría con mayor rapidez al
cambio. Eso le facilitaría las cosas en el futuro.
Luego, esbozó una suave sonrisa al tiempo que pensaba: “Más vale tarde que
nunca”.
Durante algunos días fue encontrando un poco de Queso aquí y allá, pero nada que
durase mucho tiempo. Había confiado en encontrar Queso suficiente para llevarle algo a
Hem y animarlo a que lo acompañara en su exploración del laberinto.
Pero Haw todavía no se sentía bastante seguro de sí mismo. Tenía que admitir que
experimentaba confusión en el laberinto. Las cosas parecían haber cambiado desde la
última vez que estuvo por allí fuera.
Justo cuando creía estar haciendo progresos, se encontraba perdido en los
pasadizos. Parecía como si efectuara su progreso a base de avanzar dos pasos y retroceder
uno. Era un verdadero desafío, pero debía reconocer que hallarse de nuevo en el laberinto,
a la búsqueda del Queso, no era tan malo como en un principio le había parecido.
A medida que transcurría el tiempo, empezó a preguntarse si era realista por su parte
confiar en encontrar Queso Nuevo. Se preguntó si acaso no abrigaba demasiadas esperanzas. Pero luego se echó a reír, al darse cuenta de que, por el momento, no tenía
nada que perder.
Cada vez que se notaba desanimado, se recordaba a sí mismo que, en realidad, lo
que estaba haciendo, por incómodo que fuese en ese momento, era mucho mejor que
seguir en una situación sin Queso. Al menos ahora controlaba la situación, en lugar de
dejarse llevar por las cosas que le sucedían.
Entonces se dijo a sí mismo que si Fisgón y Escurridizo habían sido capaces de
seguir adelante, ¡también podía hacerlo él!
Más tarde, al considerar todo lo ocurrido, comprendió que el Queso del depósito de
Queso Q no había desaparecido de la noche a la mañana, como en otro tiempo creyera.
Hacia el final, la cantidad de Queso que encontraban había ido disminuyendo y lo que
quedaba se había vuelto rancio. Su sabor ya no era tan bueno.
Hasta era posible que en el Queso Viejo hubiera empezado a aparecer moho,
aunque él no se hubiera dado cuenta. Debía admitir, no obstante, que si hubiese querido,
probablemente habría podido imaginar lo que se le venía encima. Pero no lo había hecho.
Ahora se daba cuenta de que, probablemente, el cambio no le habría pillado por
sorpresa si se hubiese mantenido vigilante ante lo que ocurría y se hubiese anticipado al
cambio. Quizá fuera eso lo que hicieron Fisgón y Escurridizo.
Decidió que, a partir de ahora, se mantendría mucho más alerta. Esperaría a que se
produjese el cambio y saldría a su encuentro. Confiaría en su instinto básico para percibir
cuándo se iba a producir el cambio y estaría preparado para adaptarse a él.
Se detuvo para descansar y escribió en la pared del laberinto:
Olfatea el Queso con
frecuencia para saber
cuándo comienza a
enmohecerse.
Algo más tarde, después de no haber encontrado Queso alguno durante lo que le
parecía mucho tiempo, Haw se encontró finalmente con un enorme depósito de Queso que
le pareció prometedor. Al entrar en él, sin embargo, se sintió muy decepcionado al descubrir
que se hallaba completamente vacío.
“Esta sensación de vacío me ha ocurrido con demasiada frecuencia”, pensó. Y sintió
deseos de abandonar la búsqueda.
Poco a poco, perdía su fortaleza física. Sabía que estaba perdido y temía no poder
sobrevivir. Pensó en darse media vuelta y regresar hacia el depósito de Queso Q. Al menos,
si lograba llegar hasta ella y Hem seguía allí, no se sentiría tan solo. Entonces se hizo de
nuevo la misma pregunta: “¿Qué haría si no tuviera miedo?”.
Haw creía haber dejado el miedo atrás, pero en realidad experimentaba miedo con
mucha mayor frecuencia de lo que le gustaba tener que admitir, incluso para sus adentros.
No siempre estaba seguro de saber de qué tenía miedo, pero, en el debilitado estado en que
se hallaba, ahora ya sabía que se trataba, simplemente, de miedo a seguir solo. Haw no lo
sabía, pero se retrasaba debido a que sus temerosas convicciones todavía pesaban
demasiado sobre él.
Se preguntó si Hem se habría movido de donde estaba o si continuaba paralizado
por sus propios temores. Entonces, recordó las ocasiones en que se sintió en su mejor
forma en el laberinto. Eran precisamente aquellas en las que avanzaba. Consciente de que se trataba más de un recordatorio para sí mismo, antes que de un
mensaje para Hem, escribió esperanzado lo siguiente en la pared:
El movimiento hacia
una nueva dirección
te ayuda a encontrar
Queso Nuevo
Haw miró hacia el oscuro pasadizo y percibió el temor que sentía. ¿Qué habría allá
delante? ¿Estaría vacío? O, lo que era peor, ¿le acechaban peligros ignotos? Empezó a
imaginar todas las cosas aterradoras que podían ocurrirle. Él mismo se infundía un miedo
mortal.
Entonces, se echó a reír de sí mismo. Se dio cuenta de que sus temores no hacían
sino empeorar las cosas. Así pues, hizo lo que haría si no tuviera miedo. Echó a caminar en
una nueva dirección.
Al iniciar el descenso por el oscuro pasadizo, sonrió. Todavía no se daba cuenta,
pero empezaba a descubrir qué era lo que nutría su alma. Se dejaba llevar y confiaba en lo
que le esperaba más adelante, aunque no supiera exactamente qué era.
Ante su sorpresa, Haw empezó a disfrutar cada vez más. “¿Cómo es posible que me
sienta tan bien? –se preguntó-. No tengo Queso alguno y no sé a dónde voy.”
Al cabo de poco tiempo, supo por qué se sentía bien.
Se detuvo para escribir de nuevo sobre la pared:
Cuando dejas
atrás tus temores,
te sientes libre.
Haw se dio cuenta de que había permanecido prisionero de su propio temor. El
hecho de moverse en una nueva dirección lo había liberado.
Ahora notó la brisa fría que soplaba en esta parte del laberinto y que le refrescaba.
Respiró profundamente y se sintió vigorizado por el movimiento. Una vez superado el miedo,
resultó que podía disfrutar mucho más de lo que hubiera creído posible.
Haw no se sentía tan bien desde hacía mucho tiempo. Casi se le había olvidado lo
muy divertido que podía ser lanzarse a la búsqueda de algo.
Para mejorar aún más las cosas, empezó a formarse de nuevo una imagen en su
mente. Se vio a sí mismo con gran detalle realista, sentado en medio de un montón de sus
quesos favoritos, desde el cheddar hasta el brie. Se imaginó comiento tanto queso como
quisiera y se regodeó con esa imagen. Luego, pensó en lo mucho que disfrutaría con estos
exquisitos sabores.
Cuanto más claramente concebía la imagen de sí mismo disfrutando con el Queso
Nuevo, tanto más real y verosímil se hacía ésta. Estaba seguro de que terminaría por
encontrarlo.
Escribió entonces: Imaginarme
disfrutando de Queso
Nuevo antes incluso
de encontrarlo me
conduce hacia él.
Haw siguió pensando en lo que podía ganar, en lugar de detenerse a pensar en lo
que perdía.
Se preguntó por qué siempre le había parecido que un cambio le conduciría a algo
peor. Ahora se daba cuenta de que el cambio podía conducir a algo mejor.
“¿Por qué no me di cuenta antes?”, se preguntó a sí mismo.
Luego, siguió caminando presuroso por el laberinto, infundido de nueva fortaleza y
agilidad. Al cabo de poco tiempo distinguió un depósito de Queso y se sintió muy animado al
observar pequeños trozos de Queso Nuevo cerca de la entrada.
Encontró tipos de Queso que nunca había visto con anterioridad, pero que ofrecían
un aspecto magnífico. Los probó y le parecieron deliciosos. Se comió la mayor parte de los
trozos de Queso Nuevo que encontró y se guardó unos pocos para comerlos más tarde y
quizá compartirlos con Hem. Empezó a recuperar su fortaleza.
Entró en el depósito de Queso sintiéndose muy animado. Pero, para su
consternación, descubrió que estaba vacía. Alguien más había estado ya allí, dejando sólo
unos pocos trozos de Queso Nuevo.
Llegó a la conclusión de que, si hubiera llegado antes, muy probablemente habría
encontrado una buena provisión de Queso Nuevo.
Decidió regresar para comprobar si Hem se animaba a unirse a él en la búsqueda de
Queso Nuevo.
Mientras volvía sobre sus pasos, se detuvo y escribió en la pared:
Cuando más
rápidamente te
olvides del Queso
Viejo, antes
encontrarás el
Queso Nuevo.
Al cabo de un rato, Haw inició el regreso al depósito de Queso Q y encontró a Hem,
a quien ofreció unos trozos de Queso Nuevo, que este rechazó.
Hem apreció el gesto de su amigo, pero le dijo:
-No creo que me vaya a gustar el Queso Nuevo. No es a lo que estoy acostumbrado.
Quiero que me devuelvan mi propio Queso, y no voy a cambiar hasta que no consiga lo que
deseo.
Haw se limitó a sacudir la cabeza con pesar, decepcionado. Algo más tarde, de mala
gana, volvió a marcharse solo. Mientras regresaba hasta el punto más alejado que había
alcanzado en el laberinto, echó de menos a su amigo, pero esos pensamientos
desaparecieron en cuanto se dio cuenta de lo mucho que le agradaba lo que estaba
descubriendo. Antes incluso de encontrar lo que confiaba fuese una gran provisión de Queso Nuevo, si es que la encontraba alguna vez, ya sabía que no era únicamente el tener
Queso lo que le hacía sentirse tan feliz.
Se sentía feliz por el simple hecho de no permitir que el temor dictaminara sus
decisiones. Le gustaba lo que estaba haciendo ahora.
Consciente de ello, Haw no se sintió tan débil como cuando estaba en el depósito de
Queso Q, sin Queso. Experimentó la sensación de tener nuevas fuerzas por el simple hecho
de saber que no iba a permitir que su temor le detuviera, y que había tomado una nueva
dirección, alimentado por ese conocimiento.
Ahora, estaba convencido de que encontrar lo que necesitaba sólo era cuestión de
tiempo. De hecho, tuvo la impresión de haber descubierto ya lo que andaba buscando.
Sonrió al darse cuenta:
Es más seguro buscar
en el laberinto que
permanecer en una
situación sin Queso.
Tal como le sucediera antes, comprendió que aquello de lo que se tiene miedo,
nunca es tan malo como lo que uno se imagina. El temor que se acumula en la mente es
mucho peor que la situación que existe en realidad.
Al principio de su nueva búsqueda experimentó tanto miedo de no encontrar nunca
Queso Nuevo que ni siquiera deseó empezar a buscarlo. Pero lo cierto es que, desde que
iniciara su viaje, había encontrado en los pasadizos Queso suficiente para continuar la
búsqueda. Ahora, esperaba con ilusión encontrar más. El simple hecho de mirar hacia
delante ya resultaba estimulante.
Su antigua forma de pensar se había visto nublada por sus preocupaciones y
temores. Antes solía pensar en no tener Queso suficiente o en que este no durase tanto
como deseaba. Pensaba más en lo que pudiera salir mal que en lo que podía salir bien.
Pero eso cambió por completo desde que saliera por primera vez del depósito de
Queso Q.
Antes pensaba que nunca deberían haberles cambiado el Queso de sitio y que ese
cambio no era justo.
Ahora se daba cuenta de que era natural que el cambio se produjese continuamente,
tanto si uno lo espera como si no. El cambio sólo le sorprende a uno si no lo espera ni
cuenta con él.
Al comprender repentinamente que había cambiado sus convicciones, se detuvo
para escribir en la pared:
Las viejas
convicciones
no te conducen
al Queso Nuevo.
Haw no había encontrado aún Queso, pero mientras recorría el laberinto pensó en
todo lo aprendido hasta entonces. Ahora comprendía que sus nuevas convicciones estaban favoreciendo la adopción
de nuevos comportamientos. Se comportaba de modo muy diferente a como lo hacía
cuando regresó al depósito sin Queso, en busca de Hem.
Sabía que, al cambiar las convicciones, también se cambia lo que se hace.
Uno puede estar convencido de que un cambio le causará daño y resistirse por tanto
al mismo; o bien puede creer que encontrar Queso Nuevo le ayudará, y entonces acepta el
cambio.
Todo depende de lo que uno prefiera creer.
Así que escribió en la pared:
Al comprender que
puedes encontrar
Queso Nuevo y
disfrutarlo, cambias el
curso que sigues.
Haw sabía ahora que habría estado en mejor forma si hubiera afrontado el cambio
mucho más rápidamente y abandonado antes el depósito de Queso Q. Se habría sentido
más fuerte de cuerpo y espíritu y podría haber afrontado mucho mejor el desafío de
encontrar Queso nuevo. De hecho, quizá ya lo habría encontrado a estas alturas si hubiese
esperado el cambio y permanecido atento, en lugar de desperdiciar el tiempo negando que
ese cambio ya se había producido.
Utilizó de nuevo su imaginación y se vio a sí mismo descubriendo y saboreando el
Queso Nuevo. Decidió continuar por las zonas más desconocidas del laberinto y encontró
pequeños trozos de queso aquí y allá. Haw empezó a recuperar su fortaleza y seguridad en
sí mismo.
Al pensar en el lugar del que procedía, se sintió contento de haber escrito frases en
la pared, en tantos lugares diferentes de su andadura. Confiaba en que eso sirviera como
una especie de sendero marcado que Hem pudiera seguir a través del laberinto, si es que
alguna vez se decidía a abandonar el depósito de Queso Q.
Haw sólo confiaba en estar dirigiéndose en la dirección correcta. Pensó en la
posibilidad de que Hem leyera las frases escritas en la pared y encontrara su camino.
Escribió en la pared lo que venía pensando desde hacía algún tiempo:
Observar pronto los
pequeños cambios te
ayuda a adaptarte a
los grandes cambios
por venir.
Para entonces, Haw ya se había desprendido del pasado y se estaba adaptando con
efectividad al presente.
Continuó por el laberinto con mayor fortaleza y velocidad. Y, entonces, no tardó en
suceder lo que tanto anhelaba. Cuando ya tenía la impresión de estar perdido en el laberinto desde hacía una
eternidad, su viaje, o al menos esta parte del mismo, terminó felizmente y con sorprendente
rapidez.
Haw siguió por un pasadizo que le resultaba nuevo, dobló una esquina y allí encontró
el Queso Nuevo en el depósito de Queso N.
Al entrar en ella, quedó asombrado ante lo que vio. Allí amontonado estaba el mayor
surtido de Queso que hubiera visto jamás. No reconoció todos los que vio, ya que algunas
clases eran nuevas para él.
Por un momento, se preguntó si se trataba de algo real o sólo era el producto de su
imaginación, hasta que descubrió la presencia de sus viejos amigos Fisgón y Escurridizo.
Fisgón le dio la bienvenida con un gesto de la cabeza, y Escurridizo hasta lo saludó
con una de sus patas. Sus pequeños y gruesos vientres demostraban que ya llevaban allí
desde hacía algún tiempo.
Haw los saludó con rapidez y pronto se dedicó a probar bocados de cada uno de sus
Quesos favoritos. Se quitó las zapatillas de correr, les ató los cordones y se las colgó del
cuello por si acaso las necesitaba de nuevo. Fisgón y Escurridizo se echaron a reír.
Asintieron con gestos de cabeza, como muestra de admiración. Luego, Haw se lanzó hacia
el Queso nuevo. Una vez que se hartó, levantó un trozo de Queso fresco e hizo un brindis.
-¡Viva el cambio!
Mientras disfrutaba del Queso nuevo, reflexionó sobre lo que había aprendido.
Comprendió que en aquellos momentos en los que temía cambiar, no había hecho
sino aferrarse a la ilusión de que el Queso Viejo ya no estaba allí.
Entonces, ¿qué le había hecho cambiar? ¿Acaso el temor de morir de hambre? No
pudo evitar una sonrisa al pensar que, en efecto, eso le había ayudado.
Luego se echó a reír al darse cuenta de que había empezado a cambiar en cuanto
aprendió a reírse de sí mismo y de todo lo que hacía mal. Comprendió que la forma más
rápida de cambiar consistía en reírse de la propia estupidez, pues sólo así puede uno
desprenderse de ella y seguir rápidamente su camino.
Era consciente de haber aprendido algo útil de sus amigos ratones, Fisgón y
Escurridizo, algo importante sobre seguir adelante. Ellos procuraban que la vida fuese
simple. No analizaban en exceso ni supercomplicaban las cosas. En cuanto cambió la
situación y el Queso cambió de sitio, ellos también cambiaron y se trasladaron con el Queso.
Eso era algo que nunca olvidaría.
Haw también había utilizado su maravilloso cerebro para hacer aquello que los
liliputienses saber hacer mejor que los ratones.
Se imaginó a sí mismo, con todo detalle realista, encontrando algo mejor..., mucho
mejor.
Reflexionó sobre los errores que había cometido en el pasado y los utilizó para
planificar para el futuro. Ahora sabía que se puede aprender a afrontar el cambio.
Se puede ser más consciente de la necesidad de procurar que las cosas sean
simples, de ser flexible y moverse con rapidez.
No hay necesidad alguna de supercomplicar las cosas o de confundirse uno mismo
con temerosas creencias.
Hay que permanecer atento para detectar cuándo empiezan los pequeños cambios y
estar así mejor preparado para el gran cambio que puede llegar a producirse.
Conocía ahora la necesidad de adaptarse con mayor rapidez, pues si uno no se
adapta a tiempo, es muy posible que ya no pueda hacerlo.
Debía admitir que el mayor inhibidor del cambio se encuentra dentro de uno mismo, y
que nada puede mejorar mientras no cambie uno mismo. Y, quizá lo más importante, se dio cuenta de que siempre hay Queso nuevo ahí
fuera, tanto si uno sabe reconocerlo a tiempo como si no. Y que uno se ve recompensado
con él en cuanto se dejan atrás los temores y se disfruta con la aventura.
También sabía que es necesario respetar algunos temores, capaces de evitarle a
uno el verdadero peligro. Pero ahora comprendía que la mayoría de sus temores eran
irracionales y que le habían impedido cambiar cuando más lo necesitaba.
En su momento no le gustó admitirlo, pero sabía que el cambio había resultado ser
una bendición disfrazada, puesto que le condujo a encontrar un Queso mejor.
Había descubierto incluso una mejor parte de sí mismo.
Al recordar todo lo aprendido, pensó en su amigo Hem. Se preguntó si habría leído
algunas de las frases escritas en la pared del depósito Q y a lo largo de todo el camino
seguido a través del laberinto.
¿Había tomado Hem la decisión de desprenderse del pasado y seguir adelante?
¿Había encontrado en el laberinto y descubierto que podía mejorar su vida?
¿O se encontraba todavía paralizado porque no quería cambiar?
Haw pensó en regresar al depósito de Queso Q, para ver si podía encontrar a Hem,
confiando en su capacidad para regresar de nuevo hasta aquí. Pensó que si hablaba con
Hem podría mostrarle cómo salir de la difícil situación en que se hallaba. Pero entonces
comprendió que ya había intentado que su amigo cambiara.
Hem tendría que encontrar su propio camino, ir más allá de sus propias comodidades
y temores. Eso era algo que nadie podría hacer por él, de lo que nadie podría convencerlo.
De algún modo tenía que comprender la ventaja de cambiar por sí mismo.
Haw sabía que había dejado atrás un rastro para Hem, y que si éste quería,
encontraría el camino limitándose a leer las frases escritas en la pared.
Se acercó ahora a la pared más grande del depósito de Queso N y escribió un
resumen de todo lo aprendido. Dibujó primero un gran trozo de queso y en su interior
escribió las frases. Luego, al repasar lo escrito, sonrió:
El cambio ocurre
El Queso no cesa de moverse
Anticípate al cambio
Prepárate para cuando se mueva el Queso
Controla el cambio
Olfatea el Queso con frecuencia
para saber cuándo se vuelve rancio
Adáptate al cambio con rapidez
Cuando más rápidamente te olvides del Queso
Viejo, antes podrás disfrutar del Queso Nuevo.
Cambia
Muévete con el Queso
¡Disfruta del cambio!
Saborea la aventura y disfruta del sabor
del Queso Nuevo Prepárate para cambiar con
rapidez y para disfrutarlo
una y otra vez
El Queso no cesa de moverse
Haw comprendió lo lejos que había llegado desde la última vez que estuviera con
Hem, en el depósito de Queso Q, pero sabía que le resultaría muy fácil volver atrás si se
dormía en los laureles. Así que cada día inspeccionaba con atención el depósito de Queso
N, para comprobar en qué estado se encontraba su Queso. Estaba dispuesto a hacer todo
lo que pudiera para evitar verse sorprendido por cambio inesperado.
Aunque disponía de un gran suministro de Queso, realizó frecuentes salidas por el
laberinto, dedicándose a explorar zonas nuevas, para mantenerse en contacto con lo que
estaba sucediendo a su alrededor. Sabía que era mucho más seguro conocer lo mejor
posible las verdaderas alternativas de que disponía, antes que aislarse en su zona de
comodidad.
En una de tales ocasiones, escuchó lo que le pareció fue el sonido de un movimiento
allá al fondo, en los recovecos del laberinto. A medida que el sonido se hizo más intenso, se
dio cuenta de que se acercaba alguien.
¿Podía ser Hem, que llegaba? ¿Estaría a punto de doblar la esquina más cercana?
Haw rezó una breve plegaria para sus adentros y se limitó a confiar, como tantas
veces hiciera últimamente, en que quizá, por fin, su amigo fuera finalmente capaz de...
¡Moverse con
el Queso y
disfrutarlo!
Fin...
¿O acaso es sólo un nuevo principio?
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